SAN JUAN: Los "Sarmientos" de hoy

Son docentes que resignan parte de su vida familiar para dictar clases en escuelas alejadas a las que sólo se puede llegar por una huella que no siempre está en condiciones. Ellos han superado la actividad educativa dentro del grado para hacerse cargo de muchas de las necesidades del pueblo donde les toca desenvolverse. Se han convertido en gestores, en activos realizadores de sueños como lograr que los pobladores tengan desde energía eléctrica, una sala para la atención de la salud, hasta un simple espacio verde para que niños y grandes disfruten de un lugar para la recreación. Son tres ejemplos de verdadera vocación por la docencia, quienes además, asumen un gran compromiso social con comunidades muy pequeñas y alejadas de los avances tecnológicos en la educación.

Aquí se narra la historia de los maestros Jorge Lozano de la escuela ubicada en La Planta; David D"Onofrio de la escuela de Colangüil y Blas Andrade de la escuela de Las Chacras, quienes representan a todos los que de manera silenciosa trabajan en zonas rurales haciendo honor a la enseñanza y recuerdo del Gran Maestro de América, Domingo Faustino Sarmiento.

Angel David D"Onofrio/Escuela Hilario Ascasubi de Colangüil



"Siempre quise trabajar por la comunidad"

Por esas cosas de la vida, David D"Onofrio nació e hizo el nivel primario en la Escuela Antártida Argentina de Angualasto, Iglesia, el mismo distrito donde muchos años después elegiría para ejercer la docencia hasta llegar a ocupar el cargo de director en la escuela Hilario Ascasubi de Colangüil con 24 alumnos. Su vida en ese pueblo le permitió conocer las necesidades de la gente y apostó a su transformación pese a que eso le demanda dejar a su familia durante toda la semana.

Colangüil tiene 68 habitantes, distribuidos en 14 familias, y un único lugar de reunión que es la escuela. Ese fue el gran motivo por el que movilizó al pueblo y solicitó la empresa Barrick que ayudaran a parquizar el establecimiento, colocar bancos y juegos para los chicos, entre muchas otras pequeñas obras que mejoran la calidad de vida de sus habitantes.

David, como todos lo llaman, vive en una casita al lado de la escuela, que comparte con el maestro Cristian Caballero y Jackeline Uzair, maestra de nivel inicial, hasta el viernes por la tarde cuando regresa a su casa familiar de Jáchal, donde actualmente reside. De otro modo sería imposible no sólo por la cantidad de kilómetros que debe transitar sino porque "no hay auto que aguante las huellas, se termina rompiendo", dice el maestro.

Colangüil está ubicado a algo más de 2 mil metros de altura, a 75 kilómetros de Jáchal, con caminos complicados teniendo en cuenta que desde Rodeo a Angualasto hay 10 kilómetros de tierra y desde allí hasta la escuela otros 14 más en las mismas condiciones.

La historia docente de este hombre de 40 años comenzó cuando volvió del servicio militar obligatorio e ingresó al magisterio. "Desde que me recibí siempre trabajé en Iglesia. Mi primera suplencia fue en la Escuela 51 en el 96; al año siguiente elegí un albergue de Rodeo donde hacía apoyo a los chicos, pero siempre suplente. Luego me fui al pueblo de Angualasto y estuve 8 años como docente, un gran orgullo para mi porque ese era mi lugar de nacimiento. Para mi fue una experiencia hermosa porque estuve con mi madre y mis hermanos".
Su papá falleció cuando el tenía 7 años y era el menor de doce hijos, por lo que no todos tuvieron la oportunidad de estudiar.

"Llegué a este pueblito en 2007 y me encontré con gente de campo muy buena y trabajadora. Mi idea fue siempre trabajar con la comunidad porque el docente que elige estas zonas debe insertarse, no es sólo dar clase", indica el maestro.

David es muy humilde y reconoce que el establecimiento cuenta con muchos elementos gracias a la obra que hicieron sus antecesores.

"En este distrito la gente vive de sus cultivos, de la crianza de animales como vacas, chivos, corderos, es gente muy guapa. Ellos atraviesan las crisis del país de otros modo porque viven de lo que producen, tienen su propia leche, sus vegetales, se saben desenvolver sin que importe que pasa en otros lugares", agrega.

David relata que es un pueblo "hermoso y para conocer. Está el manzano histórico donde descansó Cornelio Saavedra cuando huía por razones políticas y pasó mucho tiempo en Colangüil".

Las necesidades de útiles escolares, ropa y calzado, están siempre presentes, pero el maestro aclara que "pedimos lo justo, nunca de más, y en eso siempre estamos de acuerdo con los padres".

Otra de las cosas que logró concretar D"Onofrio fue la instalación de un par de consultorios para la atención médica. "La primera semana de trabajo me enteré que el médico venía cada 15 días y atendía en el salón de la escuela entonces les ofrecí que buscáramos un sector para que la gente tuviera su privacidad. Así fue que adecuamos un espacio que antes era la usina del pueblo, hablamos con las supervisoras y nos dieron todo el apoyo para hacer una posta sanitaria que fue inaugurada en la fiesta del Bicentenario. Fue muy emocionante porque ahora hay un consultorio para el médico clínico, otro para el odontólogo y una sala de espera. Queda por conseguir equipamiento para que el odontólogo pueda solucionar todos los problemas bucales", cuenta.

Su familia es un gran sostén para que el pueda llevar adelante su vocación. Su esposa, también es docente en zona rural de Pampa Vieja, y su hijo de 19 años están acostumbrados a esta vida, porque entienden que la elección de David es la educación, un ejemplo que tomó del Gran Maestro. "El con un libro y un lápiz pudo alfabetizar, y acá es lo mismo, estamos muy lejos de internet y de la tecnología, pero se puede", relata David.

Blas Andrade/Escuela Rómulo Giuffra





"Llegar a este lugar fue un regalo de Dios" El 12 de mayo de 1999 fue una fecha muy importante para Blas Andrade porque fue el día que llegó a la escuela Rómulo Giuffra de Las Chacras, ubicada a 35 kilómetros de Marayes ingresando por una sinuosa huella. Revista Oh! pudo comunicarse con el gracias a la Red de Telecomunicaciones de la provincia ya que esta es la única forma de comunicación que tienen los 70 habitantes del lugar.

Durante años ocupó el cargo de maestro interino hasta que llegó a la dirección, pero siempre con la premisa de asumir un gran compromiso, primero con los niños y luego con el resto de la comunidad.

"Llegar a este lugar fue un regalo de Dios. Acá comparto mis días con la señorita de nivel inicial Silvia Alaniz y el maestro Nelson Daroni ya que nos quedamos 10 días y otros cinco volvemos a casa, pero siempre hay que hacer trámites y cosas para la escuela", indica Andrade a través de la red.

Allí hay sólo 25 alumnos y hasta la semana próxima trabajan con turno intermedio de 10 a 14 ya que con los días más templados vuelven al horario habitual. "Podemos decir que trabajamos desde las 7 hasta las 24 porque tenemos muchas cosas que hacer y ahora estamos en un proyecto de computación porque nosotros no teníamos energía y ahora logramos tener con pantallas solares", cuenta Blas.

El maestro es de Caucete, tiene dos hijos, y su esposa también es docente. "Ellos están adaptados porque hace 13 años que trabajo acá. Paso más días con los niños de la escuelita que con los de mi casa, pero estoy adaptado y mi familia lo entiende".

La primera necesidad que advirtió Andrade fue el agua potable, que aunque tardó años, finalmente llegó y aún quedan trabajos por hacer al respecto. Tampoco hay energía eléctrica y sólo la escuela cuenta con energía solar.

"Recién venía por la huella y vi como están marcando los postes que va a traer la energía, si Dios así lo quiere", relata el docente.

Otro tema en el que tuvo que trabajar codo a codo con la comunidad fue el referido a la salud de los habitantes. "Hace tres años conseguimos a través de Salud Pública un ambulancia que traslada a los enfermos cuando la necesidad es urgente y eso para nosotros es muy importante", agrega.

Allí, la gente vive -como lo indica su nombre-, de las chacras y la crianza de animales con lo que obtienen lo suficiente para autoabastecerse. "Es un lugar muy lindo que todos deberían conocer. Tenemos naranjas, mandarinas, pomelos, de todo. Incluso hay muchos lugares que son vírgenes y hay que cuidarlos por eso estamos preparando a los chicos para la llegada de la luz eléctrica y de visitas que a partir de ese momento llegarán hasta acá".

Los maestros viven en la casa de la escuela y se organizan para realizar los quehaceres domésticos, uno cocina, el otro lava platos o limpia, como en cualquier familia.

Prácticamente es una escuela que pese a las limitaciones propias de falta de comunicación no tiene muchas necesidades porque desde la provincia y la nación se encargan de hacerles llegar los elementos necesarios.

La gran carencia es un salón de usos múltiples ya que cuentan con cosas que no pueden usar por falta de espacio.

"No hay hay forma de que los niños lo disfruten porque no hay dónde ponerlos. Hay cosas que tenemos en caja y es una lástima. Hace pocos días vino la gente de una fundación y se ha llevado la inquietud, esperamos que pronto tengamos uno", explica Blas.

Blas tuvo el gran ejemplo de su madre Doña Catalina Escudero de Andrade, quien fue docente de la escuela de La Planta. Del mismo modo los recuerdos de la escuelita Juan de Dios Flores en Pozo de Los Algarrobos donde hizo la primaria marcaron el destino de su vocación. "Yo siempre rezaba y pedía trabajar en una escuelita rural. Es un sueño que cumplí y estoy muy feliz con lo que hago".

Jorge Lozano/Escuela República de Bolivia

"Soy un golpea puertas"

El nombre de Jorge Lozano es muy conocido en distintas zonas rurales como Angaco, Sarmiento, Valle Fértil y Caucete. Se trata de un maestro que se comprometió con su profesión de enseñarle los primeros pasos en la educación a sus alumnos de tierra adentro. Sin embargo, allí no terminó su tarea, sino que continuó con innumerables gestiones ante las autoridades públicas de turno. Todo con el fin de mejorar la calidad de vida de los pueblos donde vivían y viven sus alumnos. "Soy un golpea puertas", se define entre risas.

Desde hace 12 años, este docente de 47 años ejerce su profesión en la escuela República de Bolivia, ubicada en La Planta, un pequeño pueblo de Caucete.

La historia de Lozano en la docencia se remonta al 3 de agosto de 1989 cuando se recibió. Comenzó a trabajar en el Colegio Don Bosco, donde estuvo dos años. Ese lugar era como su casa, incluso sigue siendo scout, como también sus tres hijos; pero dentro de sí sentía la necesidad de ejercer en el campo. Entonces llegó a la escuela José Alejandro Segovia, de Angaco, que fue donde hizo la primaria. Allí tenía como alumnos a hijos de sus ex compañeros y vecinos.

En esa escuela estuvo dos años y después de distintos cargos, titularizó en 1993, en la escuela Juan Serú, de Colonia Fiscal, Sarmiento. "En ese lugar me encontré con gente muy preocupada por la educación de sus hijos. Luego de muchas gestiones se logró crear la EGB3, que se llamaba entonces. Por suerte el gobierno de ese entonces escuchó el pedido y trabajaron en eso", cuenta.

Luego siguió como director - interventor en la escuela Luis Piedra Buena, en Las Lagunas, también en Sarmiento.

Entre esas idas y vueltas en las escuelas de la zona, Lozano no sólo tenía como prioridad enseñar a sus alumnos, sino también el trabajar de forma paralela con padres y vecinos para mejorar la calidad de vida de las familias. Esa meta lo movilizó a los distintos despachos de los gobierno municipal y provincial para lograr mejoras como agua potable, ropa y calzado para los niños.

Después de esa etapa en Sarmiento, en 1998 llegó a la "Isaac Newton", nombre que cambiaron a pedido de la comunidad por "Maestro Marcos Justiniano Gómez Narváez", en honor al fundador de esa escuela y gran hacedor de la educación en las sierras en general, cuenta Lozano. "A esa escuela donde estuve un año, los 25 chicos que estudiaban, se movilizaban en mula o burro, porque viajaban 3 ó 4 horas para llegar por caminos de cornisa en algunos tramos", agrega.

Ya para 1999 se fue a la escuela de La Planta, porque el director de esa escuela estaba interesado en que él fuera.

Lozano fue director de tres escuelas en un año. En 1999 fue en la Serú, de Colonia Fiscal, Marcos Narváez, de Sierras de Elizondo y en la República de Bolivia, de La Planta, donde en la actualidad continúa.

Al llegar a La Planta, el 31 de agosto de 1999, se encontró con un panorama desolador. En el pueblo ubicado a 160 kilómetros de la Capital "no había luz, ni agua, la mitad de los alumnos estaban en la ruta pidiendo agua", cuenta el docente.

Para Lozano ese era un desafío tremendo. El maestro tenía unos 30 alumnos de edad escolar y al menos otros 30 se iban a la ruta a pedir agua. El hombre relata que "nos dieron muchas recetas pedagógicas para hacer que los chicos vinieran a la escuela, pero gracias a Dios que no le dimos piola a ninguna, porque sabía que no funcionarían. Entonces trabajamos con la comunidad. En el gobierno de Alfredo Avelín logramos convencerlos de que nos llevaran agua desde una vertiente. No se pudo concluir y con el gobierno de José Luis Gioja seguimos insistiendo. Se llevó agua hasta Marayes y de ahí a La Planta. Luego se llevó la luz en el 2006. Esas cosas hicieron un cambio total en la calidad de vida de los habitantes. También gestionamos la televisión satelital al pueblo donde antes de esto habían 150 personas y hoy son unas 200.

En la actualidad la escuela tiene jornada completa donde se enseña teatro, plástica, música, tecnología, orientación agropecuaria, música, computación y educación física, algo que antes de llegar la luz y el agua no existía.

Son tantas las anécdotas que guarda en su memoria el maestro Lozano, que se emociona y se siente muy feliz por el trabajo que realiza junto a su equipo de trabajo, de quienes nunca se olvida. Es que, además de él, trabajan en esa escuela 4 maestros de grado (dos mujeres y dos hombres), una maestra de nivel inicial y 7 profesores de especialidades, que, como él, hacen patria en los rincones más aislados de la provincia.

FUENTE: Myriam Pérez y José Correa - Diario De Cuyo

Comentarios