Sentado, mientras toma mate, señala con nostalgia las fotos en la pared que rememoran las visitas a Río Tercero de los alumnos de la escuela de Alto de la Sierra, paraje al que se accede desde Tartagal recorriendo por desolados caminos de tierra unos 230 kilómetros.
Con la colaboración de varios riotercerenses, logra que cada año esos chicos pasen una semana en esta ciudad cordobesa. Para la mayoría, representa su primera salida del monte.
“Nunca salieron, no conocen una ciudad, lo que más les impacta son las luces. Lámpara a querosén es lo máximo que han visto. Ya han venido siete promociones, es el viaje de estudio que no tenían”, cuenta.
El maestro Saya nunca perdió el vínculo con esa comunidad wichi: “Siempre hacemos campañas solidarias y les llevamos mercaderías, útiles escolares, bicicletas. En mayo es la próxima”, avisa.
Al jubilarse, Guillermo volvió a su casa de barrio Cerino en Río Tercero. Su mujer había regresado 10 años antes. “Por la preocupación del cólera en aquella época, era de alto riesgo”, recuerda.
Su rostro se ilumina cuando habla del afecto que va y viene con los wichi. “Hay que verles la carita cuando toman un chocolate o cuando se les entrega un globo, hechos mínimos; al igual que una ilusión duran minutos; pero en ese momento son muy felices”, relata. Los wichi lo llamaban Sat, que significa pelado en su lengua.
“Hice huelga de hambre”. A juzgar de este maestro nacido en Catamarca, “parte del norte es otra república”. Respira profundo y confiesa que nunca olvidará una experiencia que lo marcó de por vida, cuando corría 2001. “Fue una huelga de hambre de ocho días que hice frente a la plaza de Salta. Finalmente, la escuela consiguió un edificio de cinco aulas, porque hasta ahí parecían cuevas donde dábamos clase. Al año siguiente se abrió además el secundario”, cuenta. Suaya dejó más que recuerdos en ese punto olvidado del mapa: su hija y yerno trabajan allí ahora.
La relación nunca se perdió. Así fue como uno de sus alumnos, que jamás faltó ni un día a clases, le siguió los pasos y está hoy viviendo en Río Tercero, estudiando para ser docente. Es el único de su grupo que siguió estudiando.
Ahí se detiene y explica la importancia de contar en esas zonas con maestros aborígenes, porque recuerda que a él le costó mucho que los chicos lo entendieran, porque desconocía al llegar la lengua wichi.
Delicio sueña con volver a su monte como docente
Delicio Vidal tiene 23 años y es wichi. Fue alumno de Suaya y un día decidió seguirlo. Dejó el monte salteño y viajó a Río Tercero.
Su sueño era estudiar para, también, recibirse de docente.
Delicio es de Pozo El Mulato, donde hay un cacique que protege y cuida a su gente. Desde allí recorría en bicicleta 15 kilómetros de ida y otros de vuelta, por polvorientos caminos entre el monte, para asistir a la escuela de Alto de la Sierra.
En Río Tercero tuvo algunas complicaciones, como poder anotar a su hijo, recién nacido, con el nombre “ W’enhahen ”, que significa distinto en lengua wichi. Debió pasar por la filial en Córdoba del ICA (Instituto de Culturas Aborígenes), para tener ese derecho. El trámite –dice– no está aún consumado en el Registro riotercerense.
Delicio se esfuerza por lograr ese sueño de ser maestro. “Tengo complicaciones para pagar mis estudios porque vivo de changas y ahora tengo además una familia. Pero mi meta es recibirme, y volver al monte, a mi tierra. Los maestros van y trabajan y se van a otro lado en algún momento. Yo en cambio quiero estar siempre”, concluye convencido.
FUENTE: La Voz.com.ar
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