La experiencia de la escuela N° 58 de la localidad santafecina de J. B. Molina permite reflexionar sobre el aporte a la comunidad que realizan estos establecimientos.
No muchas veces nos toca en la vida formar parte de hechos que marcan la vida de un pueblo y su gente, por lo que -cuando sucede- se transforma en algo muy relevante que queremos compartir. En este caso, todos los que nacimos en J.B. Molina, en la provincia de Santa Fe, estamos muy orgullosos de participar de las actividades que se están llevando a cabo desde agosto para homenajear el centenario de la escuela Nº 58, Gral. Guillermo Pinto, que concluirán con un gran acto el 7 de noviembre próximo.
La querida escuela tuvo muchas dificultades en sus inicios, pero luego logró un mayor desarrollo en relación con la vida del pueblo en la década de 1940, a raíz de la política de educación rural implementada en esos años. Recién en 1952 se inauguró el edificio que actualmente ocupa hasta hoy.
Un aniversario como éste invita a reflexionar sobre la importancia de la educación pública en una comunidad como J.B. Molina, que permite que muchos de quienes han pasado por sus aulas hoy sean profesionales que aportan sus conocimientos a toda la sociedad.
Entre 1982 y 1989 fui docente en la escuela. Dictaba Técnica Agropecuaria, que era una especialidad en el colegio, experiencia muy enriquecedora que recuerdo con mucho cariño. Por ese tiempo las clases tenían una parte teórica, de apoyatura a lo que daba la maestra de grado, y otra práctica, en la que enseñaba técnicas de siembra, cuidado de cultivos y recolección de frutos, que después se usaban en el comedor escolar, que sigue teniendo hasta la fecha desayuno, almuerzo y merienda, y que siempre fue muy importante para los hogares más carenciados. Ahí cultivábamos acelga, ajo, cebolla, lechuga, papa y repollo, una producción que se aprovechaba ciento por ciento. Hubo años en que tuvimos excedentes y pudimos abastecer al hospital rural de la zona. Además teníamos granja, con pollo y conejos. En alguna época pudimos hasta incluir la producción porcina. Y como la faena de los animalitos era violenta para los pibes, en una época teníamos gazapo para mascotas, que se vendían.
En esa época, yo ya militaba en la Federación Agraria, así que varias veces la dirección de la escuela me permitía asistir a alguna reunión federada. En cuanto a la relación entre la actividad pública que tengo hoy como presidente de un gremio como la FAA con mi pasado docente, creo que algo del método didáctico para explicar un tema lo traigo de esa época.
Dos horas por semana me tocaba explicar el cooperativismo, las bases, la historia y su práctica. Y, de hecho, pudimos organizar en la escuela una cooperativa para útiles escolares. Comprábamos las cosas en Rosario -lápices, gomas, reglas, libros- a precio mayorista desde la cooperadora, con un capital inicial, y después fundamos una pequeña cooperativa que permitía tener a los pibes los útiles a un precio mucho más barato que si los tenían que ir a comprar cada uno por su cuenta. En eso, los chicos participaban mucho.
Esta experiencia docente que rescato es la revalorización de las "técnicas agropecuarias" en un medio rural como el nuestro. Profundizábamos sobre cosas que los chicos tenían a su alrededor en la vida cotidiana. En muchos casos, los pibes tenían un gallinero o una huerta en el fondo de la casa. Nosotros no hacíamos más que profundizar y dar alguna técnica sobre eso.
Hoy me encuentro con algunos de los que fueron mis alumnos y recuerdan con simpatía aquellos tiempos. Lo que estoy seguro, como anécdota, es de que me he ganado muy a menudo en aquellos años la desaprobación de las mamás, que mandaban a sus hijos de punta en blanco a la escuela. Con los chicos salíamos a trabajar con la tierra. Eso los divertía mucho. "¡Pero volvíamos a casa con la ropa hecha un desastre!", me ha recordado más de uno al cruzarme y recordar aquel tiempo.
Por Eduardo Buzzi
Para LA NACION
El autor es presidente de la Federación Agraria Argentina.
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