Escuelas rurales

Sus alumnos no sólo están más expuestos a situaciones de pobreza y a los efectos del cambio climático, sino que también reciben menor calidad en educación, salud y formación laboral
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La educación rural es un claro indicador del grado de calidad de vida y desarrollo que una sociedad puede o no imprimirle al país que le da albergue. Cuando lo oculto o distante está bien; cuando existe una visión consensuada, planes y acciones en marcha, allí donde sus habitantes se encuentran dispersos o más alejados, el sentido comunitario crece y las condiciones de vida mejoran. Ello ocurre en diferentes lugares del mundo. Incluso en algunas comunidades de nuestro país, aunque muchos no lo sepan o les cueste creerlo.

Quizás una de las claves se encuentre en nuestra capacidad colectiva de aprendizaje. Llegar a comprender que son muchas las visiones y que la confrontación de ideas debe transformarse en una puesta en común de objetivos. Siempre habrá puntos sobre los que no existirán dudas acerca del beneficio que aportan a la comunidad y, por ende, a cada uno de nosotros. Tendremos metas a corto, mediano y largo plazo, y mayores posibilidades de buenos resultados, de sólidos avances, de poder construir sobre lo ya hecho.

Pensar en red es concentrarse en obtener colectivamente lo que por sí solos no somos capaces de alcanzar. Como decía Piaget, la inteligencia es aquello que usamos cuando no sabemos qué hacer. Son muchos los desafíos, pero uno que jugará un rol decisivo es vencer nuestra actual falta de capacidad para darles sentido crítico a las nuevas tecnologías y, por lo tanto, al mejor de los usos posibles para la humanidad. Que ese impulso del que hablábamos, que modifica nuestras vidas y el entorno natural, sirva para reducir brechas, no para ampliarlas. Que aquella ola con la que jugamos distraídamente no se convierta en un tsunami que pase por arriba -sin capacidad alguna de defensa- a la mayor parte de la población mundial. ¿O acaso alguien tiene dudas sobre esta situación?

Quienes más sufrirán las consecuencias de los efectos de un uso descuidado o irresponsable de los recursos tecnológicos y naturales son los que menos tienen. Vivir en la pobreza es no tener acceso a las herramientas o los recursos para organizarse y poder desarrollarse. Es recibir menor calidad en términos de educación, salud, formación laboral, o directamente no recibirlas. Es sufrir en forma más directa y cruda los efectos del cambio climático, la contaminación o las catástrofes ambientales.

A igualdad de esfuerzos debería haber igualdad de posibilidades para mejorar las condiciones de vida, y es eso lo que no ocurre, la mayor injusticia, la asignatura pendiente de nuestra sociedad y muchas otras. Basta como ejemplo analizar el esfuerzo que debe hacer un chico o joven perteneciente a una comunidad aborigen para poder integrarse al mundo moderno. A su lengua materna (toba, pilagá, mapudungún, quechua, wichi, etcétera) debe sumarle luego castellano, más tarde inglés y paralelamente el lenguaje digital. No le alcanza con ser bilingüe, debe aprender cuatro idiomas. Todo esto, sin una buena alimentación, ropa ni calzado, sin poder acceder muchas veces a la educación inicial, yendo a una escuela de turno simple, con pocos docentes, pocas horas de clase por día y menos jornadas de clase por año, sin secundarios o terciarios a su alcance, sin informática, sin medios de transporte adecuados, y teniendo que ayudar en su casa si es que no está trabajando en el campo.

¿Qué niño o joven de ingresos medios o altos en una ciudad debe hacer semejante esfuerzo para aprender y progresar? Esa es la gran diferencia, ésa es la brecha en la estructura social que debe quitarnos el sueño si queremos que nuestro país sea un lugar en el que nos enorgullezca vivir. Podemos pretender, pero no esperar que sea el gobierno de turno el que solucione este problema. Se precisarán varios gobiernos y una activa participación de todos los sectores sociales. Un gobierno por sí mismo es totalmente incapaz de conseguirlo. Puede hacer mucho, pero no alcanza. Lo mismo se aplica para las organizaciones sociales, las instituciones, los organismos y las empresas.
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Comprender lo macro
¿Por qué este análisis? Porque es imposible pretender solucionar u orientar lo micro, si no intentamos comprender qué está ocurriendo en lo macro. Años atrás, muchos años, lo rural era lo macro, y lo urbano, lo micro. De hecho, durante la mayor parte de la historia de la humanidad la vida fue esencialmente rural. El paradigma de agregación social cambió y la balanza se inclinó hacia el otro lado. Ello ocurrió entre ayer y hoy, hace sólo uno o dos años, momento en el que más personas comenzaron en vivir en las ciudades que en el campo.

Sólo en China, cada año, una población rural equivalente a toda la de nuestro país se muda a las ciudades. La Argentina quebró esa línea hace rato. Ya el 90% de los habitantes corresponde al área urbana y se estima que en los próximos 30 años el 50% del total vivirá en una franja de espacio que iría entre las ciudades de La Plata y Rosario.

Y aquí viene el segundo paradigma, el cultural. Mientras nativos digitales urbanos se envían mensajes en red vía Twitter en un lenguaje limitado a una mínima cantidad de palabras, que a sus vez son abreviadas en casi incomprensibles formas (que infartarían a los miembros de la Real Academia Española), nativos wichi aún van a pescar en el Bermejo o Pilcomayo y se lanzan a pozones del río con palos y redes que entrecruzan a ciegas debajo de las oscuras aguas, para llevarse como premio surubíes, sábalos u otros peces. Todo esto gracias a una tecnología ancestralmente heredada. Dos mundos en uno; en realidad, muchos mundos en un mismo planeta.
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La realización de una encuesta sobre educación y desarrollo rural ayuda a comprender mejor cuál es la visión de los docentes y directivos de escuelas rurales. Muchos datos recabados son de enorme importancia. Aportan información concreta en diferentes áreas que son clave para plantearnos como sociedad cuál es el lugar que le estamos dando al futuro de miles de familias y qué caminos, planes o acuerdos deberíamos transitar para modificar la realidad. Cuando uno recorre escuelas y comunidades rurales ve edificios nuevos y aulas bien equipadas, pero aún se observan cuadros desgarradores e indignos; el olvido, el abandono, la ausencia de lo básico para que niños y jóvenes puedan aprender y los maestros, enseñar.
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Brecha o abismo
La educación rural es sinónimo de brecha. Un sinónimo un tanto personalizado e informal, ya que no figura en ningún diccionario. Pero la palabra brecha sí figura y, según su etimología, significa rotura o abertura (especialmente en un edificio o muralla). Proviene del francés brèche y a su vez del alto alemán antiguo brehha, que en sentido implícito significa abertura hecha rompiendo.
Sin embargo, solemos darle otro sentido y significado. Usamos la palabra brecha como patrón de medida. Algo así como la distancia que separa a unos de otros por determinada situación; la brecha digital, la brecha social, la brecha cultural...
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Probablemente la rotura o abertura asociada con el origen de la palabra ya no estén en un edificio o muralla. Deben haberse mudado al puente, otra estructura importante, sobre todo para acortar las distancias entre dos lugares que pueden estar cerca o muy lejos, según si éste se encuentra o no utilizable. Y cuando no hay puente, la brecha puede transformarse en un abismo infranqueable.
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Resignación, resentimiento o resiliencia. Tres palabras que comienzan con la misma letra; las tres erres de la pobreza rural. Uno se encuentra con ellas al vivir o visitar muchas escuelas rurales. La resiliencia es la capacidad de sobreponerse a la adversidad. Es la que permite transformar la realidad desde una situación de tensión extrema, desde el límite de la resistencia a quebrarse. Esa capacidad está en muchos docentes, en muchas familias, en muchos chicos y jóvenes. Esta erre, la tercera, es la que más nos debe ocupar desde la sociedad. Desde allí es factible construir. Desde allí es posible evitar que las otras dos erres calen hondo en el espíritu de los docentes y pobladores rurales. Es una oportunidad que tenemos y depende de nuestra capacidad para articular esfuerzos y poner en común los recursos disponibles.
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Por Patricio Sutton Para LA NACION
El autor es director ejecutivo de la Red Comunidades Rurales

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