Un refinado salón del Ministerio de Educación puede convertirse en un cálido espacio para compartir experiencias de enseñanza únicas.
Son las que relatan a LA NACION dos de los 24 docentes que ayer recibieron el premio Maestro Ilustre, con el cual, desde hace seis años, el Gobierno reconoce el trabajo de los mejores docentes del país, uno por provincia, en el marco del 121° aniversario del fallecimiento de Domingo F. Sarmiento.
Todos cumplen con las condiciones que se establecieron para elegirlos: trayectoria, formación académica, reconocimiento de la comunidad y creatividad en el aula.
Alba Mancinella, por ejemplo, tiene 50 años y es maestra de la escuela N° 65 de Olavarría, provincia de Buenos Aires. Esta mujer de pelo hasta la cintura cuenta cómo pudo transformar los conflictos de su escuela con la banda de sikuris. Hace cinco años, Alba entusiasmó a los adolescentes, que vienen de familias de alta vulnerabilidad, a crear los sikus, instrumentos de viento hechos con cañas.
En pocos meses, el proyecto contagió a muchos. "Solucionamos con mucha rapidez la violencia de las aulas. Los chicos empezaron a llegar a acuerdos y salían a los recreos no para matarse a palos, sino para tocar", cuenta. La banda fue creciendo y hoy está integrada por 50 estudiantes de entre 12 y 22 años que, además de sikus, tocan la guitarra, instrumentos de percusión, el charango y el bajo. El efecto transformador de la música llegó a las familias. Los padres de estos chicos comenzaron a darle prioridad a la banda y, con mucho esfuerzo, les compraron sus propios instrumentos.
"En la actualidad, tenemos alumnos que nos superaron musicalmente. Son realmente músicos que quieren vivir de su trabajo. Tocan en festivales o reuniones sociales. Estos jovencitos vuelan solos; son independientes, responsables y organizados. Un ejemplo para la comunidad", resume la docente. El desafío del plurigrado
El caso de Nelson Rothar, un joven docente que está a cargo de una escuela entrerriana flotante y de personal único, es digno de contar. Se trata del Instituto N° 61 Francisco Ramírez, de la Tercera Sección de Islas, en Victoria, Entre Ríos. Se encuentra isla adentro, a cinco horas en lancha rápida desde la ciudad de Victoria. Siete familias viven en la zona, que no posee siquiera sala de primeros auxilios.
Todos los días, Nelson recibe a chicos de entre 5 y 16 años que, en un plurigrado, cursan los 12 años que van desde el nivel inicial hasta la EGB 3. El desafío es enorme. No sólo tiene que lidiar con la alfabetización en tan diversos niveles, sino con algunos problemas de la zona: el alcohol y el aislamiento. Así es como Nelson creó un programa dirigido a la alfabetización de los padres y diversos proyectos educativos para involucrar a toda la comunidad: la huerta, la fotografía y un emprendimiento apícola.
Este docente recibió el premio presidencial por sus cualidades de luchador incansable y su compromiso con la escuela. "Amo mi trabajo y quiero dar lo mejor a mis chicos. El colegio, para ellos, es una máquina de crear sueños. Por eso, cuando me vienen los bajones típicos del aislamiento, trato de no quedarme quieto y me pongo a trabajar. La salida viene siempre de la mano del trabajo comunitario", concluye.
Nelson y Alba son sólo dos de las 24 historias de vida que se conocieron ayer, durante la entrega del premio presidencial.
"Cada uno de los maestros hoy premiados enfrenta características distintas; algunos, completamente solos; otros, acompañados; algunos, en medio de la montaña o en zonas urbanas; otros deben navegar en canoa para enseñar. Pero todos son valientes; aman la profesión y luchan por la población con la que trabajan, convencidos de que con la educación los va a ayudar a crecer y mejorar", dijo el docente mendocino Héctor Daniel Nuarte durante el acto.
Maestros con pasión y vocación, que en oportunidades rechazaron aumentos salariales y traslados para quedarse trabajando en sitios donde la escuela es vital.
FUENTE: Agustina Lanusse - La Nación
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