Tinta, pincel y pizarrón


Continuación de la entrada anterior


El rumbo de la educación alternativa
Cuando en 1958 la habitación de una casa del partido de La Plata se convirtió en lo más parecido a un jardín de infantes hubiera sido imposible predecir que allí nacía un proyecto alternativo de educación. Y hubiera sido una locura pensar que cincuenta años después habría más de veinticinco Escuelas Experimentales en Argentina y un magisterio que forma exclusivamente a sus docentes.

Nelly Pearson vive en Gonnet, en una casa que huele a libros. Es profesora de Bellas Artes y tiene 76 años. Habla despacio, como haciendo equilibrio entre los recuerdos que llegan y las palabras que se le escapan. Ella, la bailarina Marta Burnichon y la música Dorothy Ling, dieron vida a estas escuelas.

Nunca se propusieron armar un sistema pedagógico, pero lo hicieron. De ahí el carácter experimental, de ese intento por hacer de otro modo las cosas, de un trabajo que implicaba ajustes permanentes “como los que hace el timonel para mantener el rumbo”.
Para Nelly la misión educativa sería sensibilizar al niño y darle la libertad de elegir lo que quiera para que en su vida sea desprejuiciado y encuentre caminos alternativos. La escuela representa un lugar sagrado, diferenciado de la casa, donde lo valioso es la vivencia diaria de los chicos para desarrollar su creatividad y afianzar valores como el respeto, la tolerancia y la autonomía.

El arte siempre se cuela por alguna hendija. Las clases están llenas de poesía. Antes del desarrollo de una materia los niños recitan versos o fragmentos de canciones. Después de la clase de matemáticas se dibuja el campo al que se le calculó el perímetro y en horas de plástica trabajan con tinta china o pintan mandalas. A la tarde también hay talleres o actividades que van desde la producción de una obra de teatro a una tarde de pesca en el río Salado o una visita a un hogar de ancianos.

“Hay quienes temen que seamos una secta” dice Nelly mientras revuelve un mueble en busca de un álbum de fotos. Quiere mostrarme imágenes del día en que conoció a Leticia Cossetini, pero no lo encuentra. “Las escuelitas son muy simples” pero “complejas de comprender para la gente que viene del mundo de la pedagogía y de la enseñanza sistemática”.

Asegura que son “sumamente democráticas” y que no tienen secretos. Quizá por eso no hay armarios con llaves, ninguna puerta dice golpear antes de entrar, no hay salas exclusivas para docentes y el mismísimo Carlos Videla realiza sus tareas de Director así como los jueves limpia los baños del Instituto Themis Speroni.

Una maestra nada convencional
Soledad Sandoval no usa guardapolvos como sus colegas. Hoy está dando clases de lengua con jeans y una remera negra puesta al revés para que los niños no se distraigan con las inscripciones. El cabello oscuro, peinado tirante hacia atrás con una cola; la mirada impenetrable. Fue, en el rebaño del mundo docente, una oveja negra. Cuando hacía las prácticas del magisterio se resistía a levantar la voz, a gritar para que los alumnos la escucharan. Y se enojaba porque le pedían que utilizara los “famosos recursos didácticos” para lograr interesarlos, como si el tema en sí no pudiese ser atractivo.

Hasta que conoció Los Trigales y allí se quedó. Debió hacer durante seis meses una adscripción y cuando al fin creyó que se confundía entre gente parecida, se volvió a equivocar. Oveja negra: única docente sanjustina, egresada del Instituto Nº 20, que trabaja en una escuela nada convencional y que cree que los niños “tienen una mente tan abierta que el maestro lo único que debe hacer es tratar de no opacarla”. Y que, como si fuera poco, escribe un romance en el pizarrón con una letra manuscrita ni demasiado redonda ni demasiado esmerada. Una letra común que no parece de maestra y que a veces, tampoco se entiende.

Aquella mañana fue ella la que le pidió a Amparito que saliera de la ronda. Mientras todos cantaban, el chillido de la niña se perdía entre sollozos y resonaba de fondo. Estuvo un rato sentada chinito en la sala de al lado, con la espalda apoyada contra la pared y a la espera de que la dejaran volver a sumarse al grupo. Se secaba las lágrimas cuando Mariano le acomodó la alfombra entre los chicos del nivel uno para la primera clase del día.

Dentro de su lógica esta escuelita tiene reglas estrictas. Entonces: el silencio y la serenidad deben ser respetados porque si no hay que salir de la ronda; el que llega tarde no ingresa; el que olvida su delantal ese día no pinta; no se puede llevar ropa con impresiones de personajes o marcas visibles; tampoco hablar de programas o dibujos animados; y a las fiestas escolares sólo pueden asistir dos familiares por niño.
TEXTOS Y FOTOS. MARÍA DE LOS ANGELES ALEMANDI.

Fuente: El Litoral.com, sábado 25 de julio de 2009

Comentarios

Sabina D. Sagrera ha dicho que…
Urgente hay que invitarla al encuentro de Entre Ríos.
Anónimo ha dicho que…
Muy linda pagina,me gusta todo lo que está en ella y quiero contar además que acabo de escuchar el Romance de Bueso y ha sido muy emocionante escuachar su interpretación.Gracias por la emoción Alejo Piovano
Anónimo ha dicho que…
tengo 19 años y tuve la dicha de poder tener a Nelly Pearson como maestras
Anónimo ha dicho que…
Conozco estas escuelas desde hace 18 años, tengo todavia uno de mis hijos en una de ellas. Es una dicha haber conocido esta experiencia. Soy docente en escuelas comunes desde hace 30 años; desde mi experiencia estoy en condiciones de afirmar que es la mejor propuesta educativa que conozco. Porque lo más importante es la formación como personas, los chicos adquieren enseñanzas para toda la vida de una forma natural. Toman contacto con el arte de la misma manera con la que amasan o hacen el jardín. Es una experiencia maravillosa.
Unknown ha dicho que…
Tuve la gran suerte de aprender en el Centro Pedagógico hasta que nos fuimos de City Bell. Y es algo que nunca se olvida.
Gracias a Nelly y Marta.
Carlos Best