En Trementinal N° 4727, la escuela rancho de Salta construida por las mismas familias de la comunidad hace cinco años, su director recibe por día y por alumno 2,20 pesos del Ministerio de Educación local para las grandes compras de alimentos: carne, una vez al mes, y verduras, semanalmente.
Si sólo se midiera esta realidad con el simple rasero de los números, hasta podría concluirse que estos chicos de Trementinal son unos "privilegiados", porque en la misma provincia, en la escuela N° 4344 de San Isidro de Iruya, se reciben 0,85 pesos por niño y por día, y en la escuela 4236 de Sala Escuya (también de Iruya) 2 pesos por cada chico que vive en el colegio, y un peso por cada chico que recibe 3 comidas diarias (desayuno, almuerzo y merienda).
Las dos notas publicadas recientemente por la sección Cultura de este diario sobre las escuelas de frontera salteñas no dejan margen para la imaginación: esta realidad es tan contundente que pocos, aun queriéndolo, podrían negarla o distorsionarla (una costumbre que suelen tener muchos funcionarios en la Argentina). A lo sumo, en este triste ranking podrían competir los ciudadanos jujeños que hace menos de un mes quisieron tomar la Municipalidad de La Quiaca, en reclamo de que se continuara pagándoles 0,50 pesos por cada hijo por día, para darle de comer.
Porque esta es la situación para muchas escuelas rurales en la Argentina. De ahí que el título de la segunda de las notas la resuma tan bien: "La difícil tarea de vivir y aprender en medio del olvido". En medio de la selva o en la montaña, con paredes de madera y techos de chapa que dejan pasar la lluvia, y cobijados por la bandera azul y blanca a la que respetan profundamente, los "argentinitos" de la canción de Félix Luna y sus maestros y sus padres luchan denodadamente -y lo que es todavía más digno de reconocimiento, la mayoría de ellos lo logra- todos los días por aprender y enseñar, y por incorporarse a ese conjunto impreciso de alrededor de 40 millones de habitantes, que conforman la sociedad argentina.
Sin embargo, hay responsables, aunque no siempre quieran atender a los requerimientos de los medios de prensa. Las autoridades municipales son, obviamente, los primeros de la lista, pero la pirámide de responsabilidades sigue hacia arriba. Como dijeron los padres entrevistados, parece que las escuelitas como la de Trementinal, en Salta, sólo existen hasta que llegan las elecciones y, después, otra vez el silencio de las promesas incumplidas.
Afortunadamente, la publicación de estas notas conmovió el espíritu solidario de nuestros lectores, varios de los cuales se comunicaron inmediatamente para donar lo que fuera necesario.
Pero, como ya lo hicimos notar recientemente desde estas columnas, la realidad de las escuelas rurales sumergidas no puede seguir esperando. Poco futuro le aguarda a nuestro país si a sus habitantes más jóvenes no se les concede el derecho, que la Constitución establece claramente, de alimentarse y educarse dignamente, sin caer en las desigualdades aquí expuestas.
Fuente: Editorial Diario La Nación, jueves 3 de julio de 2008
Si sólo se midiera esta realidad con el simple rasero de los números, hasta podría concluirse que estos chicos de Trementinal son unos "privilegiados", porque en la misma provincia, en la escuela N° 4344 de San Isidro de Iruya, se reciben 0,85 pesos por niño y por día, y en la escuela 4236 de Sala Escuya (también de Iruya) 2 pesos por cada chico que vive en el colegio, y un peso por cada chico que recibe 3 comidas diarias (desayuno, almuerzo y merienda).
Las dos notas publicadas recientemente por la sección Cultura de este diario sobre las escuelas de frontera salteñas no dejan margen para la imaginación: esta realidad es tan contundente que pocos, aun queriéndolo, podrían negarla o distorsionarla (una costumbre que suelen tener muchos funcionarios en la Argentina). A lo sumo, en este triste ranking podrían competir los ciudadanos jujeños que hace menos de un mes quisieron tomar la Municipalidad de La Quiaca, en reclamo de que se continuara pagándoles 0,50 pesos por cada hijo por día, para darle de comer.
Porque esta es la situación para muchas escuelas rurales en la Argentina. De ahí que el título de la segunda de las notas la resuma tan bien: "La difícil tarea de vivir y aprender en medio del olvido". En medio de la selva o en la montaña, con paredes de madera y techos de chapa que dejan pasar la lluvia, y cobijados por la bandera azul y blanca a la que respetan profundamente, los "argentinitos" de la canción de Félix Luna y sus maestros y sus padres luchan denodadamente -y lo que es todavía más digno de reconocimiento, la mayoría de ellos lo logra- todos los días por aprender y enseñar, y por incorporarse a ese conjunto impreciso de alrededor de 40 millones de habitantes, que conforman la sociedad argentina.
Sin embargo, hay responsables, aunque no siempre quieran atender a los requerimientos de los medios de prensa. Las autoridades municipales son, obviamente, los primeros de la lista, pero la pirámide de responsabilidades sigue hacia arriba. Como dijeron los padres entrevistados, parece que las escuelitas como la de Trementinal, en Salta, sólo existen hasta que llegan las elecciones y, después, otra vez el silencio de las promesas incumplidas.
Afortunadamente, la publicación de estas notas conmovió el espíritu solidario de nuestros lectores, varios de los cuales se comunicaron inmediatamente para donar lo que fuera necesario.
Pero, como ya lo hicimos notar recientemente desde estas columnas, la realidad de las escuelas rurales sumergidas no puede seguir esperando. Poco futuro le aguarda a nuestro país si a sus habitantes más jóvenes no se les concede el derecho, que la Constitución establece claramente, de alimentarse y educarse dignamente, sin caer en las desigualdades aquí expuestas.
Fuente: Editorial Diario La Nación, jueves 3 de julio de 2008
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